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17 de septiembre de 2010

Dulces de colores


Me enamoré de él como si todavía estuviera en la edad de los dulces de colores. Lo que quería era parecerme a él.

Lo vi todas las mañanas cuando nos cruzábamos en la calle.

Los primeros meses me miraba con ojos penosos y emocionados a la vez: se veían sus ganas de conocerme a fondo. Cada mirada suya era una pregunta y cada pregunta mía era una mirada.

Luego, no sé qué pasó que sus miradas se volvieron esquivas y sus gustos ya no eran de caramelos de colores. Se volvió más serio, más alto, mucho más hombre.

En cambio yo, me quedé ahí, prendada de un caramelo. ¡Ya no me mira! Parece que no existo en su vida. Me pregunto quién habrá sido la mujer que me robó su inocencia; prefiero pensar que fue ella y no el tiempo porque el tiempo es mejor enemigo que ella. Él asecha cuidadosamente y te quita todo.

Ahora lo miro y recuerdo con añoranza los días en que sin pertenecerme era mió. ¡Que bella es su mirada, que bella es su cara! Por qué no las puedo tener siempre enfrente de mí. Antes al menos lo veía aunque ni siquiera me dirigiera una mirada. Ahora me quedo esperando su llegada al lugar donde antes éramos dos.

Beatriz Suárez